Las fantasías que tenéis con vuestras exparejas

Uno de mis momentos favoritos de Closer –película que amo y aborrezco a la vez dependiendo de la etapa de ciclo hormonal en que la vea- es cuando Clive Owen y Jude Law hacen cibersexo casual. El segundo le pregunta al primero cuál es su fantasía sexual recurrente, y Clive, que interpreta a un dermatólogo brutote, salido y, sobre todo, muy honesto, responde: “Exnovias”. Nada de vigilantes de la playa, bibliotecarias o compañeras de oficina. Tampoco la clásica camarera del bar al que soléis ir por inercia supuesta o la monitora de aerobic del gimnasio, ¡ni siquiera la novia de tu mejor amigo! No, no, Clive es sincero y dice que se pajea pensando en gente que le rompió el corazón.

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El despecho, gracias a las cada vez más variadas y asquerosas neurosis del hombre moderno, se ha reciclado en reclamo erótico.

Como no conozco a todo el mundo, mi análisis sobre la psicología humana basa su principal argumento en los personajes de las películas proyectados como metáforas de las anécdotas que me han contado mis amigos a lo largo de los últimos cinco lustros después de invitarles, entonces creían ellos desinteresadamente, a una botella de vino. Así, en Manhattan, cuando Woody Allen está saliendo con Mariel Hemingway, una preciosa adolescente de diecisiete años con la voz de la versión Disney de Farinelli il Castrato, no puede evitar abandonarla por Diane Keaton, la pedante  y treintañera amante ilícita de su amigo de toda la vida para, poco tiempo después, darse cuenta de que realmente le gustaba la menor. Igual que nos ha pasado a todos, vamos.

El dicho popular: “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes” combinado con la triste verdad absoluta de que los amores más intensos suelen ser los no correspondidos, podrían ser el germen de esta clara tendencia a la nostalgia sexual. Porque en la distancia todo parece mejor de lo que era, incluso el Tang.

Tang

de aquellos polvos vinieron estos lodos

Hace una década, cuando aún quedábamos con la gente llamándoles al teléfono fijo de su casa, era mucho más sencillo pasar página. La fantasía no podía alimentarse más que con el encuentro accidental de un álbum de fotos antiguo y tangible. Entonces podías sostener aquella polaroid que os hicisteis en Paris, la podías manosear un rato, abrazar y llorar con ella contra tu pecho si estabas muy jodido o comenzar a olerla y besarla compulsivamente si realmente necesitabas medicación. Pero eso era todo, un breve conato de locura que se esfumaba en el aire cuando quedabas con otra persona, te llegaba un recibo de luz inesperado o tu madre se reía de ti. Lo que antes era  una caja de zapatos llena de cartas, entradas de cine o conciertos, postales, algún vaso de chupito robado, horribles pulseras hechas a mano, el envase del primer preservativo y algunas fotos de carnet humillantes, ahora es facebook. El pasado no está pudriéndose en un rincón oscuro del armario de tu dormitorio en casa de tus padres o, mejor, si ellos te quieren excesivamente y por tanto no te respetan en absoluto: perdida en ese trastero repletito de basura, polvo y clips al que nunca has subido y nunca subirás. El pasado está en el margen derecho de la página de inicio de facebook como sugerencia de amistad.

“Puede que conozcas a esta persona; tenéis cuarenta y ocho amigos en común”. Facebook se regodea al clásico estilo Gila y el “Alguien ha matado a alguieeeen…” se ha convertido en un “Alguien se ha follado a alguien durante años, luego le ha arruinado la vida y ahora cuelga fotos de la ecografía en 3D de su fetoooo”.

fetos con volumen

Estamos muy emocionados, pero no volveremos a comer botillo hasta después del parto

Esto tiene dos vertientes posibles que incluso se pueden dar paralelamente: la primera es que el hecho de ser tan constantemente partícipes a nuestro pesar voluntario o no, de la vida de quien ya hace mucho que no está en la nuestra, hace que las rupturas se superen antes. Esa grata sensación de alivio después del pequeño infarto de ver la foto de la pasada pareja con traje de novia sosteniendo la mano de algún “pobre hombre”, marca el punto y aparte del capítulo emocional. Nadie se vuelve a enamorar de su exmujer con un panorama así. Por el otro lado, está el hecho de que veas más  a menudo la cara del ex, traducida a partir de millones de píxeles, que la tuya propia en el espejo si no eres muy coqueto. Y, por ende, tu pasado se convierte inevitablemente en presente. Al ser presente se clava ahí dentro, la sonrisa odiosa de quien mandaste a paseo se tatúa irremediablemente sobre tu masa gris y quieras o no, en algún momento todos esos ceros y unos archivados ahí arriba, harán que tu subconsciente te la juegue de manera muy cochina para que acabes gritando: “¡¡Silviaa!!” cuando debajo tienes a Elena.

No queréis hacerlo, pero fantaseáis con vuestros ex. No estáis enamorados ya, es probable que ni siquiera os caigan bien y que cuando recordáis algunas secuencias memorables de la relación se os cree un nudo estomacal de vergüenza ajena, pero siguen estando ahí, igual que la carpeta de porno del disco duro que comprasteis en 2005 y que milagrosamente aún va. No os apetece, es rancio, previsible y triste, pero, es familiar. Y la sensación de familiaridad, el lugar común, nos hace a todos sentir seguros y tranquilos sin ninguna clase de esfuerzo más allá del que necesitamos para suspirar.

my super ex

Familiaridad

Desde aquí rompo una lanza en favor de todos aquellos y aquellas que alguna vez han llamado a su pareja por el nombre de la anterior. De verdad, no es culpa de ellos, esas cosas son tan inevitables como los deja-vú o los tornados.

Peor es lo de Johnny Depp que siempre se enrolla con tías semi-clónicas; eso sí que es traición consecutiva compulsiva. Lo de fantasear con el pasado es, lo que la gente sin escrúpulos como yo, solemos denominar con muchísima dignidad y petulancia: “Lealtad a uno mismo.” Eso sí, como alguna vez me llamen Silvia siendo yo Elena, ya le pueden dar por el culo al torpe idiota de los huevos.

Venga, ¡Besos!

 

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